Esta mañana he madrugado,
no tanto como el otro día porque por lo visto Tuli tenía ganas de dormir, pero
cuando estaba lista me he dado cuenta que eran solamente las siete y media.
¿Qué voy a hacer hasta
que se levanten mis padres?
Aburrirme. Pues no. Me
niego rotundamente.
Me voy a pasar el día a
Barcelona.
Se me ha ocurrido llamar
a mi hijo pequeño, el mayor estaba de viaje, para preguntarle si quería comer
conmigo.
¡Vaya estupidez!
Me ha dicho que sí. Pero
que no quería ir al restaurante, ya que tenía el mono de uno de mis risottos.
Pues he tenido que abrir
la cocina y abastecerla, no había de nada.
He comprado unos
espárragos verdes, un trozo de Parmigiano, una cebolla y una pastilla de
mantequilla. Sal, arroz tipo Carnaroli, vino blanco y cacitos de caldo todavía
tenía.
Primero lavo y corto a
rodajitas los espárragos desechando la parte dura y troceo media cebolla.
Pongo
dos cacitos de caldo de pollo en un litro de agua a calentar.
En una cacerola baja con
mantequilla rehogo la cebolla y los espárragos unos diez minutos a fuego lento
para que no se queme.
Le añado el arroz y le doy unas vueltas hasta que quede
translúcido.
Ahora le toca al vino, un buen chorro.
Dejo que se evapore y
empiezo a añadirle el caldo.
Añadiendo y removiendo, espero a que termine el
tiempo de cocción.
Lo apago, le añado un
trozo de mantequilla, un buen puñado de queso rallado y remuevo.
Él tiene listo su deseado
risotto, y yo, triste de mí, ya tengo la cocina hecha unos zorros.
¡Vaya ideas de bombero
que tengo a veces!
Bueno, ya está todo
recogido y me voy “pal pueblo”.
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