El otro día decidí hacer
una tartaleta de calabacines. Para ello necesitaba, dos calabacines, un huevo,
un puñado de queso parmigiano, un par de dientes de ajo, una chorrito de leche,
aceite, perejil y un rollo de pasta brisa.
Es muy sencillo y bueno.
Sofrío los ajos con dos
o tres cucharadas de aceite, los quito y pongo los calabacines a rodajas para
que se doren un poco. Les añado el perejil y la sal, los remuevo con cuidado y
los reservo.
En un bol bato el huevo
con el queso rallado, sal, pimienta y tres cucharadas de leche.
Entonces en un molde
alto, como de plum-cake, le pongo el papel de horno y...
¡San Apapurcio
Benditoooo!!!
¿Qué es esto?
No era pasta brisa, eran
milhojas de pasta finísima de hojaldre.
¿Porqué soy tan despiste y no me fijo en las
etiquetas cuando compro?
Cojo un par de hojas,
las pongo forrando el molde y le recorto los trozos sobrantes. Sujetando con
una mano y haciendo juegos malabares con la otra, consigo verter la mezcla de
huevo sin que las hojas se doblen pues son muy finas.
Ahora le toca el turno a
los calabacines. Los reparto encima y, entonces sí, suelto las milhojas. Como
era de esperar, se doblaron un poco, pero no quedaba mal, parecía de diseño.
Encendí el horno a 180 y
lo dejé hasta que se tostó un poco el hojaldre, más o menos tres cuartos de
hora.
Al sacarlo, cogí los
trozos sobrantes de pasta, los puse encima de un papel y los metí un momento al
horno para que se tostaran, no los iba a tirar.
Y así de hermoso me quedó
el invento.
1 comentario:
TODOS LOS PLATOS TIENEN SIEMPRE UNA PINTA EXCELENTE Y EXQUISITA.
Si yo fuese la mitad de buena cocinera que tú ya firmaría y mi familia también.
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