
Ese día se me ocurrió
hacer unos barquillos.
Con azúcar glacé
vainillado (le había puesto dentro una vaina de vainilla), mantequilla y la
pasta filo me metí de lleno en la cocina.
¿Cuánta cantidad
necesitaba?
No tengo ni idea. Pero me quedaban cuatro
tristes trozos de hoja de masa filo. Pues a agotarlos se ha dicho.
Los corté para que
hubieran dos para cada uno.
Los unté con la mantequilla dulce, y los enrollé.
Quedaron un poco chafaditos pero los puse encima del papel del horno y los
horneé durante unos 10 minutos a 180°.
Al decirle que eran barquillos los llenó de nata, muuucha nata, y dijo que estaban bien.
Si los vuelvo a
hacer tendría que añadirles algo que le dieran sabor pues no tenían nada de especial. Eran tan solo una cosa dulce y crujiente.
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